viernes, 17 de octubre de 2014

martes, 14 de octubre de 2014

Presentación en Alcázar de San Juan del libro “Cuentos en tinta china”.



El pasado día 5 de octubre, una representación del Corral de las Palabras acudió al Hotel Santa Clara para cerrar el periplo que ha llevado a cabo, por todos los sitios que han querido dejarnos un local, para enseñar “nuestro niño” como llamamos a nuestra primera Antología.
En esta ocasión, Paloma Mayordomo, en su calidad de directora de La Escuela de escritores Alonso Quijano, nos arropó con mucho cariño con su presencia y nos dejó la mejor de sus instalaciones. Vaya por delante nuestro agradecimiento para ella,así como para el Patronato de Cultura por su contribución a la divulgación del evento.
Por otro lado, y haciendo gala de nuestra visión comercial, la presentación se hizo justo a la hora que los alcazareños paseaban a su Virgen patrona por las calles del pueblo, y cuando en la televisión se retransmitía un partido de fútbol. A pesar de ello, algunos tuvieron ganas de venir a conocernos y disfrutamos de su compañía. Hicimos nuevos amigos entre los viciosos de escribir, dibujar y leer como posesos. Incluso prometieron leer este blog (os estamos esperando, que lo sepáis).
Con el cierre de las presentaciones físicas de nuestro primer libro, anunciamos la incorporación de un nuevo autor para la segunda Antología que ya estamos preparando: Melquiades ha ganado nuestro concurso y le estamos esperando con los brazos abiertos para incorporarlo a nuestro grupo de ingenuos y entusiastas escritores inéditos. Es un honor abrirte nuestras puertas y nuestros corazones (lo siento, hoy me he levantado un poco cursi y llena de lugares comunes).
En fin, que lo pasamos muy bien, comimos, bebimos, e hicimos amigos como si no hubiera un mañana. Y la hay, muchas mañanas para seguir escribiendo y recibir a quién quiera comunicarse con nosotros en éste vuestro blog, no olvidéis que queremos vuestras colaboraciones. Os esperamos hasta para intercambiar libros. De momento hemos fundado una biblioteca con los amigos que nos regalan sus obras. Gracias a Ana Murga Farach por su maravillosa Calle de La Abadía. A Mariano Lizcano Ramos, por una preciosa edición de su Romancero Quijano. Al mismo poeta por su libro, realizado en compañía de Antonio Muñoz García Baquero “Mugarba” que pinta y dibuja su edición de Las Tres Gracias. Una preciosidad de libro que rodará de miembro en miembro del Corral.
Creo que no me olvido de nada. ¡Ah, si! De agradecer a todos y cada uno de los que habéis concursado para tener unas páginas en nuestro próximo libro. Que sepáis que os llevamos en el corazón y que os seguimos esperando, siempre, en este humilde blog para poder leeros. Un abrazo y aquí nos tenéis, confiando en vuestras colaboraciones.

Las fotos nos las regala la compañera y amiga Sombra Tenorio.

lunes, 13 de octubre de 2014

Intento de presentación, por Melquíades Cienfuegos

Me gusta saber que habito en los pensamientos de la persona que echo de menos; adoro que la mujer que quiero me dedique una sonrisa; encuentro más belleza en el brillo de unos ojos sinceros que en la perfección de los rasgos físicos; sueño más estando despierto que dormido; luego de dolorosas experiencias aprendí a medir mis prioridades con la vara de los sentimientos; soy esclavo de la ansiedad; todavía tengo esperanzas de que siga interesada en mí, que me quiera y me desee como hace un tiempo; me ilusiona que aún existan personas capaces de vibrar con un abrazo y de no resistir a un beso; soy incapaz de ganar el juego de la indiferencia cuando alguien me importa y siempre termino buscando el acercamiento; admiro a las personas orgullosas y reservadas porque saben cuidar lo que es suyo y suelo necesitar que me cuiden, sobre todo de mí mismo; no entro en confianza fácilmente con la gente, pero cuando lo hago el vínculo de cariño suele ser para siempre; soy callado, tímido, de gesto mas bien serio y por períodos necesito tomar la mano de alguien para andar sin tropiezos; soy fiel con cualquiera que ponga en mí su confianza; nunca he roto una promesa; analizo antes de decidir, pero cuando estoy seguro de lo que quiero voy tras ello sin pausa, muchas veces con cierto atropello; quiero pasar todo mi tiempo con ella y nada deseo más que ser capaz de descifrarla para que enloquezca por mí; puedo ser cruel cuando estoy herido y he lastimado gente diciendo cosas que no pensaba ni sentía; quiero ganar la lotería pero nunca he comprado un billete; mi automóvil siempre está sucio; tolero mucho más de los demás que de mí mismo; odio comer hígado; me hubiera gustado ser Maradona o Cortázar; puedo alimentarme por semanas solo con almendras; cambiaría cualquier cosa por despertar en medio de la noche y verla a mi lado; requiero demasiada atención de las personas que quiero y a veces eso me lleva a comportarme como un niño malcriado, alejando de mí a quien más deseo acercar; cuando estoy de buen humor puedo ser encantador y, como todos, al menos un día por año soy irresistible.

He ahí algunas de las contradicciones que construyen lo que soy y me alegra haberlas escrito en esta soleada tarde. Hoy, 12 de octubre, he descubierto que esta fecha tiene una energía especial para mí. Quizá sea el día más esperado por mucha gente que quiero. Se festeja el día de Nuestra Señora del Pilar en la capital aragonesa, una ciudad que marcó mi vida. Pero eso ya lo sabía desde hace mucho tiempo. Lo especial de la fecha es que hoy, domingo 12 de octubre, pude volver a tomar sus manos entre las mías, sentir su perfume y rozar su boca con mis labios. No me entusiasmo mucho, pero tal vez sea un buen comienzo.

viernes, 10 de octubre de 2014

Raúl, de Argentina

Él es nuestro flamante ganador del concurso. De momento nos ha contado poco más que eso, así que le hemos pedido que se presente, para que todos podamos conocerle.

Porque no sólo queremos tener con nosotros a un magnífico escritor, que eso ya lo hemos visto. Queremos que comparta el espíritu del grupo que formamos.

Aprovecho esta entrada para asegurar que pronto subiremos también la crónica de la presentación de nuestros Cuentos en tinta china en Alcázar de San Juan. Una noche preciosa en un lugar precioso, con el espíritu de Cervantes rondando entre las sombras del convento.

Buenas noches y buenas letras a todos.

lunes, 6 de octubre de 2014

Y el ganador es...

Queridos concursantes, lectores y público en general:

Tras la reunión del jurado para estudiar el voto emitido por cada uno de ellos y nombrar al ganador, anoche, en la presentación de Cuentos en tinta china en el Convento de Santa Clara, comunicamos la decisión y el título y seudónimo del relato elegido para formar parte de la II Antología de El corral de las palabras.

Como prometimos, hoy hacemos pública en el blog al mundo mundial la lista de los cinco mejores relatos votados por los miembros de El corral que han tenido a bien convertirse en Jurados:

En quinto lugar, El azar vuela por mi ciudad, por Moramara
En cuarto lugar, Un infortunio de cena, por purpuraydorado
En tercer lugar, La vida en dos piedras, por Patatasconbechamel
En segundo lugar, Casi blanca, por Janfry Vogart


Y el ganador del concurso ha sido


El enigma lapislázuli, por Melquiades Cienfuegos 
 
 

 
a quien tenemos el placer de dar nuestra más cordial enhorabuena y deseamos conocer lo antes posible.
 
Muchas felicidades también a los otros cuatro relatos con mejor puntuación y un enorme agradecimiento a todos los que habéis participado. Esperamos poder seguir compartiendo con vosotros nuestra afición y aprendiendo juntos. El blog, las colaboraciones y los comentarios siguen a vuestra disposición, así como el correo para una comunicación privada.
 
Felices letras a todos.

miércoles, 1 de octubre de 2014

A CONCURSO: 14 - La vida en dos piedras, por Patatasconbechamel



                                 
Solo en la habitación del hotel imaginó cómo podía terminar el día y sintió un escalofrío. Empezaba a hacer frío o al menos eso es lo que le parecía. Cerró la ventana pero mantuvo la vista en la playa, en una pareja que paseaba cogida de la mano.
Sujetaba la cortina con una mano mientras que con la otra jugueteaba con las dos pequeñas piedras que siempre llevaba a mano en el bolsillo del pantalón. Sonreía. Aquella escena le había traído a la memoria aquel momento de su infancia en el que encontró la forma de empezar a ser feliz de nuevo.

Ese ya lejano verano fue en el que sus padres habían decidido que ya era suficientemente mayor para tomar sus propias decisiones. Hasta ese momento no se había preocupado en absoluto de cosas como qué ponerse o qué comer. Se limitaba a admitir las decisiones de sus padres. ¿Hoy tocaba bocadillo de chorizo en lugar de chocolate? le parecía bien ¿Cuento de dinosaurios en lugar de aventuras?  Era bueno variar, pensaba.
Pero eso había cambiado de golpe justo la mañana que cumplió ocho años. Sus días se convirtieron en un continuo flujo de preguntas difíciles de contestar ya que nunca hasta entonces se había tenido que enfrentar a ellas. ¿Quieres ir al parque o al cine? ¿Qué te apetece comer, macarrones o arroz? ¿Qué camiseta te pones, la roja o la azul?
Su sensación de angustia creía por momentos. Elegir significa renunciar, perder y posiblemente fracasar al optar por una decisión equivocada.
Después de un día de cumpleaños desastroso del que no supo disfrutar con nada de lo que hizo,  pensando que no había ido al parque de atracciones por ir al cine, que un helado de vainilla y chocolate le impidió probar el de tutti fruti y que elegir una bicicleta en lugar de un radiante patinete como regalo podía cambiarlo todo en sus horas de parque con los amigos, decidió buscar una solución para tanto desasosiego.
No era que lo quisiera todo, simplemente le costaba decidir que sería lo mejor.
El remedio lo encontró semanas más tarde, aquella mañana mientras paseaba con sus padres por la playa recogiendo conchas y piedras. De entre todas seleccionó dos piedrecitas idénticas aunque de distinto color y las guardó a escondidas en el bolsillo. No tardó mucho en probar si su idea funcionaba y fue poco después a la hora de comer. Paella o fideuá. Sus padres se quedaron atónitos ante la rapidez de la respuesta ya que en las últimas semanas los minutos pasaban muy lentamente cuando estaba ante un dilema como ese. Pero hoy había sido muy fácil. Piedra negra paella. Salió blanca.
Disfrutó de cada fideo y trozo de pescado como el niño que era antes de los ocho años, ni siquiera se preguntó si la paella hubiera estado más rica. Había encontrado la forma de volver atrás en el tiempo y ser de nuevo ese chico feliz en su despreocupación por esas decisiones tan poco importantes en el devenir de cada día pero que, a su vez, podían cambiarlo todo.
Sin embargo enseguida supo, ya desde esa primera vez, que nadie debía saber el origen de sus preferencias, así que poco a poco fue depurando la técnica de elección para no tener que hacerlo a la vista de los demás. Sobre todo desde el día que se le ocurrió tirar una moneda al aire en casa de su abuela porque se le habían olvidado las piedras. La cara con que le miró toda la familia le hizo ver que su indiferencia ante el resultado hacía daño, ninguneaba el ofrecimiento de los demás.
A lo largo de su vida iba a dar igual que lo que usara fueran monedas, piedras,  botones, corchos o canicas, nunca permitió que se descubriera su juego.

Tocaba las piedras con serenidad, quizás porque se sabía respaldado por el azar. No en vano eran las que le acompañaban desde el día que murió de su mujer. Las había cambiado por aquel par de botones que no le habían deparado nada bueno y solo le traían recuerdos de enfermedad y dolor.
La decisión que tenía que tomar no era para tomársela a broma. Dio la espalda a la ventana y sacó una piedra. La blanca. Había tocado bajar al bar del hotel frente a la otra opción. Sonrió de nuevo. Sabía con certeza que últimamente estaba teniendo mucha suerte.
Buscó en el ordenador la carpeta de música y la abrió para escuchar algo mientras se duchaba. Escogió la opción de reproducción aleatoria, como siempre, y comenzó a sonar “fly me to the moon” seguida del “concierto para dos violines de Bach”.
Se enjabonaba cantando a pleno pulmón, sabedor de que allí no le escuchaba nadie.

Su gusto musical era extenso y muy variado fruto de su modo de comprar discos. Lo único que sabía antes de entrar en una tienda era a la sección que se iba a dirigir y porque lo había echado a suertes en casa. Jazz, clásica, pop, heavy, ópera o rock and roll, ninguna quedaba fuera de su lista. Lo demás era fruto de la casualidad ya que entraba, iba directo a la sección preseleccionada y cogía el primero que encontrara. Solo entonces lo miraba para comprobar que no lo había comprado antes. De esa forma tuvo acceso a estilos y grupos a los que de otro modo no se hubiera acercado nunca y estaba orgulloso de poder escuchar sin problema cosas tan dispares como “Guns and Roses” y los madrigales de Monteverdi.
Eso sí, lo que no le gustaba quedaba abandonado en un cajón. El rincón del olvido, como él lo llamaba, era un cúmulo de cajas de cedés escuchados solo una vez, exiliados a la espera de un acontecimiento como la llegada de un sobrino al que le daba vía libre de llevarse cuantos quisiera.
Sus visitas a las librerías eran similares. Entraba como calma directo a la estantería que la suerte le había deparado y cogía un libro. Comprobaba que no lo hubiera leído ya y salía contento con la nueva adquisición. Pero aquí había hecho una excepción. En el bombo de la suerte hacía tiempo que no entraba la papeleta de la sección de novela erótica.  En lugar de excitarle, esas lecturas le parecían aburridas y estúpidas a la vez que bastante increíbles. En cambio había aumentado espectacularmente el montón de libros que tenía sobre filosofía y novela negra. No sabía si había relación entre ambas materias aunque tampoco le importaba. Tenía que admitir que los primeros le servían para darle vueltas a la cabeza sobre la vida, la muerte y más concretamente su manera de entender ambas. Los segundos le habían enseñado a fijarse en mil detalles cada vez que entraba en una habitación, como si se internara en la escena de un crimen que se hubiera cometido momentos antes.

Salió de la ducha y se vistió con calma. Para percibir bien el aspecto que tenía se apartó unos pasos del espejo y lo que vio le encogió el corazón ya que la imagen de hombre seguro y confiado que le devolvía el cristal no era en absoluto la que él sentía que era.
Dudó por primera vez en su vida si hacía bien dejando que el color de dos piedras dirigiera su vida. Claro que no las utilizaba siempre.

 El día que conoció a la que fue su mujer durante veinte años no dejó nada a la suerte, se lanzó a su conquista sin la intervención de ningún color salvo el de su encendido corazón. Aunque con la perspectiva que da el tiempo tenía que admitir su uso para detalles que le podían quitar tiempo para otras cosas como color de las flores, qué película ver o a qué restaurante ir.
Curiosamente con los años había sido catalogado, tanto por su familia, amigos y compañeros de trabajo, una persona que daba esa confianza que se necesita en los momentos difíciles ya que no mostraba nunca dudas a la hora de tomar una decisión importante. Ante una encrucijada complicada se ponía de pie, metía las manos en los bolsillos y paseaba con tranquilidad mirando alternativamente al suelo y al techo. A veces se perdía en pensamientos banales como lo bien que el servicio de limpieza cuidaba la moqueta de la sala de reuniones o el gran invento que eran esos techos desmontables en planchas, prácticos y limpios,  mientras se sentía vigilado por cien ojos crédulos en un poder de análisis aparentemente infalible. Había conseguido engañar a todos a lo largo de tantos años, incluso a sí mismo. Se creía un experto en negocios inmobiliarios cuando realmente le daba todo igual.
Y eso tenía que acabar de alguna forma. No estaba dispuesto a dejar que dos piedras dieran al traste con su vida. El vacío que su mujer le había dejado tras un maldito cáncer era inaguantable y ya no veía sentido a nada de lo que hacía.

Se apartó de su imagen confundido y recordó la voz de su padre aquella mañana de su octavo cumpleaños diciéndole: “la incapacidad de tomar decisiones es, sin duda alguna, un fracaso para la inteligencia”. Ahí estaba la respuesta.
No había conseguido saber a quien pertenecían aquellas palabras. Todavía no las había reconocido en ninguno de los libros acumulados en tantos años de compras erráticas.
Recogió la llave de la habitación y abrió la puerta.
Un instante antes de salir miró el interior de la habitación y comprobó que realmente todo hubiera salido a la perfección. La escena era merecedora de la mejor novela negra. El ordenador dejaba escapar a regañadientes las primeras notas del Requiem de Mozart. Iluminaba un sobre que descansaba a su lado con el nombre de su única hija escrito con letra firme. La banqueta del baño, negra como la piedra que le hubiera dirigido a ella en caso de haber salido elegida, entre la cama y el escritorio, justo debajo de la lámpara. De ella colgaba la cuerda. Se balanceaba al compás de la música en un baile solitario, sabedora de que su posible pareja en un macabro baile aéreo salía por la puerta a continuar con su vida.
Cerró la puerta con firmeza. Había conseguido evitar su inminente final gracias a su suerte.
La inteligencia que tanto preconizaba su padre se había impuesto y había encontrado la forma de engañar a la diosa fortuna de la misma manera que había usado en los últimos años. Haciendo trampa.
Camino del ascensor dejó caer al suelo las dos piedras. Ya no las iba a necesitar nunca más.

A Eva le tocó limpiar la tercera planta esa mañana. Recogió con asombro dos pequeñas piedras blancas lisas, idénticas que descansaban en la mullida alfombra del rellano del ascensor.
Estaban muy desgastadas y brillaban asombrosamente por efecto de un pulido extraordinario. Sin preguntarse cómo habían ido a parar allí pensó que, haciéndoles unos pequeños orificios, podría convertirlas en unos originales pendientes para Marina, su hija pequeña.
Sus ojos verdes resaltarían más con esos dos puntos blancos y luminosos a  cada lado.