sábado, 22 de junio de 2013

HISTORIA DE UN CIBERENCUENTRO



                                                               
                                                            Michel de Bergerac


     —¡Ay, qué triste vida! —te dijiste, al terminar de leer aquel magnífico y a la vez triste relato. Y entonces, lo escribiste tal cual y se lo enviaste a su autora. Sí, no tenías ninguna duda, aquella historia tenía que haber sido escrita por una mujer.
     Así comienza el relato breve de tu ciberencuentro con algunos de los componentes de este blog que acabáis de crear. Aunque esta historia tiene su origen unos cuantos años antes…
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     ¿Aún recuerdas algunos de los detalles de tu vacilante entrada bajo aquel arco abierto a la adolescencia?  
     Sí, hay uno en especial. Tenías catorce años y te presentaste por primera vez a un concurso literario a nivel nacional para alumnos de 4º de bachillerato. Tuviste que escribir un relato cuyo tema era “la electricidad”. Sentado en un pupitre de una inmensa clase y rodeado de una gran cantidad de “rivales”, empleaste algunos minutos antes de decidirte a dejar tu huella sobre el blanco papel. El primer premio era un viaje a Lisboa, la bella Lisa, pero tú quedaste quinto y fuiste muy feliz por el premio que te dieron: un verdadero reloj suizo. El primer reloj que te ganaste gracias a tu esfuerzo. ¡Qué orgulloso que estabas! Y te decías a ti mismo que aquello era solo el principio. Siempre soñaste con convertirte en un buen escritor, como aquellos a los que leías entonces. Te imaginaste tu futura vida viajando alrededor del mundo y conociendo a mucha gente. Pero el tiempo pasaba y no tuviste la perseverancia necesaria para llegar a ser lo que habías soñado, aunque sí se cumplieron algunos de tus otros sueños. Viajaste, viviste en otros países, conociste a mucha gente, aprendiste a hablar otras lenguas, incluso llegaste a llenar algunas páginas con notas sobre lo que estabas viviendo. Te decías que siempre podrían ser de mucha utilidad en el futuro. Y este se fue convirtiendo en presente sin apenas darte cuenta. Te casaste con una chica maravillosa venida de otro continente, que era tan viajera como tú. Fundaste una familia y siempre intentaste ser el mejor esposo y padre posible. Trabajaste mucho durante todos estos años, pero no encontrabas el tiempo suficiente para dedicarte a lo que tú querías: escribir y escribir. Y un día, una afortunada alineación de los planetas con sus correspondientes satélites, hizo que las circunstancias fuesen favorables para que aquel sueño comenzara a hacerse realidad. Te informaste sobre los diferentes certámenes literarios que eran convocados y decidiste presentarte a uno de relatos breves. El que enviaste fue publicado en el ciberespacio y, para gran satisfacción tuya, algunas personas lo leyeron y empezaron a enviarte comentarios en prosa y hasta en verso. ¡Qué bien! Aquello ya era un buen premio para ti. También leíste varios de los relatos que se habían presentado al certamen y enviaste tus propios comentarios. Llegados a este punto, volvemos al inicio de nuestra historia.
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     —¡Ay, qué triste vida! —te contestó la autora del magnífico y a la vez triste relato que tanto te había gustado. A partir de ese momento, entre los dos escribisteis un buen guion para una futura novela histórica de ficción, que incluso fue seguido a través del espacio virtual por algunos incondicionales, mientras consumíais el tiempo de espera hasta la llegada de la resolución del certamen y compartíais las canciones de vuestra vida. En todo ese tiempo frecuentasteis la mejor bodega de aquel pueblo global, tan bien llevada por una bella doncella disfrazada de caballero, en donde conocisteis a personajes singulares que, al igual que vosotros, acudían a aquel mágico lugar en busca de descanso y buena charla mientras saboreabais el dulce elixir de la amistad y del amor por las letras.
     Y al calor de su acogedora chimenea, los días fueron pasando y aquella encantadora relación fue cada vez a más hasta conformar un fantástico equipo de amigos juntaletras, embarcados en una preciosa aventura a través de un mar lleno de ilusiones.
     Por fin, la canoa de corteza con la que emprendiste este viaje, había llegado a buen puerto guiada por el sonido de una bellísima melodía transportada por el viento y cuyos ecos aún resuenan dentro de ti:

                                 
 

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